En una de las sagaces anotaciones de Hormigas blancas (Bartleby, 2005), asegura Jordi Doce que ‘no hay poema sin ventana’. La casa de la poesía asturiana, hoy repleta de ventanas de los más variados formatos y colores, que consienten la beneficiosa circulación del aire de la pluralidad, no se empieza a construir hasta la década de los setenta. Son, en efecto, las tertulias y las publicaciones de entonces las que levantan los cimientos de un edificio que ha ido sumando plantas para forjar una construcción compleja y consistente, en la que cada vez resulta más difícil decidirse a residir en uno u otro piso, dadas las óptimas condiciones de habitabilidad de muchos de ellos. En estas páginas trataré de mirar y hacer mirar desde y hacia las ventanas más altas y mejor orientadas de este vigoroso inmueble, pero intentaré también ser justo con las que, si algo más bajas y tupidas, no impiden sin embargo la contemplación de magníficas vistas.

(Leopoldo Sánchez Torre)