Imaginad una pequeña villa del Occidente de Asturias, recogida, con unos cuantos pueblos que la rodean y la tienen por centro. Para un observador poco agudo en la villa no pasa nada, todo transcurre en medio de una lenta y agotadora monotonía, pero sobre la Villa va a poner su ojo provisto de agudísima lente microscópica, alguien que la conoce bien: Antonio García Miñor, que nos ha dado sobradas muestras de su capacidad de observación y de su conocimiento de las almas diminutas, si es que algún alma puede merecer ese adjetivo. Diría mejor, por tanto, que el autor se va a detener con deleite y perspicacia delante de personajes diminutos, insignificantes, por lo menos en apariencia, pero protagonistas de pasiones muy fuertes, que pueden llegar a dominarlos e incluso impulsarlos hacia la muerte.
(Del prólogo de Rodrigo Grossi Fernández)