«A partir del nombre homérico del ruiseñor, aedon, el pájaro (o Aedón, la mujer), verde o pálido, el estudio se aventura hacia lo indeciso y la cifra dos de la duda, pero también hacia la cifra dos del turbio temor, hacia todo aquello que, en el mundo de la muerte, es bruma y confusión, olvido».
Nicole Loraux, París, 1980.
«El tiempo dedicado [a esta lectura], le aporta un interludio feliz incluso al lector m.s sobrecargado de trabajo. Al amparo del placer procurado por el texto, se conjugan la sensación de libertad de un recorrido personal e innovador y el descubrimiento de resultados tanto más admirables cuanto sorprendentes».
Jean-Pierre Vernant, París, 1980.